Beni Rivas nos habla desde un pueblo que podría aparecer en una película de Pedro Almodóvar, aunque sus creaciones las hace desde una gran ciudad. Lo suyo es bordar algunas de las zapatillas más buscadas y contar historias de mujeres luchadoras.
¿Cómo comenzaste a bordar?
El primer acercamiento que tuve con el bordado fue con 12 o 13 años durante los veranos que pasaba con mis abuelos en nuestro pueblo, Torre de Juan Abad, en Ciudad Real. Hacíamos de todo: cabañas, costura, huerta, etc. Los abuelos enseñan su bagaje y tú lo terminas adaptando a tu realidad. Con el paso del tiempo olvidas cosas, pero lo básico vuelve. Mi hermana decidió a hacer de ello su profesión y yo sin embargo lo retomé como un hobby, para hacer regalos personalizados. Se convirtió en una forma de expresar mi relación con el entorno, y ya no he podido dejarlo.
Cuando vi que me gustaba el resultado decidí compartirlo en las redes sociales, al principio con recelo. Al trabajar de forma manual, sabes que vas a gastar tiempo en el proceso y hace que tu relación con el objeto sea diferente que si se tratara de un trabajo en serie o una herramienta más tecnológica. No es lo mismo coger un lápiz y dibujar en un papel que hacerlo en una tableta, o disparar en carrete y positivar en laboratorio que importar en Photoshop. Y por supuesto, no es lo mismo un bordado industrial que uno a mano. Una vez que has decidido hacer las cosas de forma manual para expresarte, tiene que gustarte mucho lo que haces, porque vas a quemar energía y tiempo libre. No sé cuántas zapatillas llevo bordadas, pero si no me gusta cómo van, corto los hilos, y no continúo si no me convence el resultado.
Hay muchos artistas que trabajan imágenes digitales con zapatillas, otros trabajamos de forma artesanal. Al fin y al cabo, cada uno buscamos nuestro estilo en nuestras habilidades. Muchos resultados se terminan pareciendo y es difícil reconocer a sus autores. Es complicado hacer algo original ya que nos movemos en el mismo círculo y tenemos ideas parecidas, pero para mí trabajar desde la originalidad es primordial.
Observo que hay cierta tendencia hacia la recuperación por lo artesanal, aunque no creo que el bordado de zapas se vaya a poner de moda ni mucho menos. Creo que se necesita demasiado tiempo y si lo que buscas son likes y seguidores es más efectivo hacerse un selfie. Lo importante es que no olvides por qué haces lo que haces, y por quién. Para mí, el bordado de zapatillas y las redes sociales siempre tendrán una relación de amor-odio.
Comencé a subir fotos de los bordados y unas Jordan 1 hicieron que recibiera comentarios de personas de distintos países diciendo que les gustaba mi trabajo y postearon mis fotos a sus seguidores. Fue un gran empujón para mover los bordados más en serio, fue un momento muy emocionante.
Una de las protagonistas de tus bordados son las zapatillas, ¿cuál es tu relación con ellas?
No me considero sneakerhead, ni coleccionista, más bien acumulo. No me identifico con la gente que compite por mostrar quién tiene más cantidad subiendo fotos de sus cientos de pares a un ritmo frenético. No tengo todas las zapatillas que bordo, pero siempre me han gustado. Recuerdo que con 16 años ahorré el sueldo que gané haciendo de niñera y socorrista para comprarme unas Nike Attest.
En el colegio, muchas compañeras llevaban Reebok Freestyle, pero yo tardé más de 10 años en conseguirlas y aún no han salido de la caja. Sobre los 20, empecé a conocer a gente del mundo de las zapatillas y gracias a ellos comencé a valorar la historia que hay detrás de cada una. Terminé asociando ciertos modelos a personas concretas. Desde entonces tengo la costumbre de estrenar zapatillas en momentos significativos, me gusta recordar qué llevé cuando conocí a alguien o cuando hice algo.
Algo que nos encanta de tu obra es que las zapatillas no se quedan en eso. Cuentan historias. Son zapatillas de mujeres luchadoras, sangran, etc. No son solo zapatillas, ¿son algo más?
Le tengo mucho cariño a esos bordados. Pensaba que después de la exposición “Dentro de mí llevo” no haría más, pero es un proyecto personal. Sigo haciéndolas aunque no las publico. No uso nada de color excepto para resaltar las heridas. Aparecen torsos, piernas con zapatillas, pero no hay rostros porque el objetivo se difumina cuando ves un gesto con el que no te identificas. No te reconoces quizás porque lleva gafas o flequillo, y en menos de un segundo te has desinteresado por lo que ves. Sin embargo, la postura, las heridas, los tatuajes o las zapatillas transmiten por sí mismas sin necesidad de respaldarse en una cara.
Relacionan a la mujer, el poder, el esfuerzo, el dolor, la esperanza, la seguridad, etc. Bajo mi punto de vista, las zapatillas y la mujer van unidas como símbolo de superación. La mujer que no para de luchar consigo misma y el mundo. Supongo que otra persona puede darle el mismo valor a un zapato de tacón, a un lápiz de labios o a una camiseta. Donde otros ven unas zapatillas, nosotros vemos La Zapatilla.
El pueblo de los abuelos y la capital. Mujeres que luchan y hombres vulnerables. Zapatillas cocinadas a fuego lento en un mundo con necesidades instantáneas. Beni Rivas no refleja una sociedad, sino dos. Y lo borda.