Lo que hoy conocemos como zapatillas de deporte, bambas o tenis, nacieron con un nombre relacionado con lo que se podía hacer con ellas: fisgar. Aquellas primeras zapatillas de lona y suela de goma no hacían ruido al caminar, por lo que comenzaron a llamarlas sneakers, algo así como la zapatilla de los fisgones. Como muchas de las grandes innovaciones, cuenta la leyenda que todo lo debemos a un fallo. Charles Goodyear dejó caer caucho y azufre sobre una estufa, algo que terminó convertido en el proceso que hoy conocemos como vulcanización. Más allá de la bucólica histórica, Goodyear llevaba años investigando el proceso, por lo que suena como un golpe de suerte que solo aparece tras muchas horas de trabajo.
En 1876 aparecieron las primeras zapatillas con suela de goma, parecían perfectas para los grupos de gentlemen que se iniciaban en el deporte de las altas esferas. Las sneakers se desarrollaron en paralelo a un nuevo modo de comprender el deporte, que surgió en el siglo XIX, imitando los Juegos Olímpicos de la antigua Grecia y en el que el honor estaba a la altura de los resultados. Las zapatillas, tenían suelas vulcanizadas fabricadas por marcas relacionadas con los neumáticos como BF Goodrich, Dunlop o Goodyear, pero también con otras específicas como Keds, Spalding, Bata o Karhu.
La primera gran zapatilla fue la que hoy conocemos como Converse Chuck Taylor All Star. A pesar de tener su nombre en una zapatilla, Chuck Taylor no fue un gran jugador de baloncesto. Cuando se retiró, empezó a trabajar en Converse y demostró que era mejor vendedor de zapatillas que jugador. Pero tampoco era bueno con las finanzas, Converse le propuso poner su nombre a la zapatilla y le dio a elegir entre un coche o cobrar un porcentaje por cada Chuck Taylor vendida. Después de 600 millones de zapatillas vendidas, seguro que sus herederos no están de acuerdo con la elección.
Algunos años después, la marca de neumáticos B.F. Goodrich creaba una zapatilla para un jugador de bádminton canadiense, Jack Purcell. Fabricada en lona, lo que pasó a la historia fue la puntera de goma con su clásica sonrisa que se volvió eterna. En los años setenta B.F. Goodrich decidió abandonar la sección de zapatillas deportivas, que llegó a manos de Converse. A partir de ese momento, la Jack Purcell cambió de marca pero mantuvo el diseño.
En Reino Unido, Joseph William Foster y su hermano Jeff creaban las zapatillas con las que se iniciaba el siglo XX. Si recuerdas la película Carros de Fuego, muchas de aquellas zapatillas eran de Foster. Y si no conoces ninguna marca llamada J.W. Foster and Sons es porque sus nietos cambiaron el nombre al actual Reebok.
En la Europa continental, el que sonaba era el apellido Dassler, una familia de zapateros que se inició con el padre, Cristoph y continuó con sus hijos Adolf y Ruda. Pocos se atrevían a fabricar zapatillas en la época posterior a la Primera Guerra Mundial y ellos supieron aprovechar sus contactos para calzar a la mayoría de atletas alemanes en los Juegos de 1928. Su fama llegó hasta los Juegos de Berlín de 1936, la estrella afroamericana Jesse Owens eligió sus zapatillas de clavos para hacerse con cuatro medallas de oro frente a Adolf Hitler.
Pero solo a un puñado les sonará el nombre con el que era conocida su empresa, Gebrüder Dassler Schuhfabrik (Fábrica de zapatillas deportivas Hermanos Dassler). La Segunda Guerra Mundial fue también la Primera Guerra de las Zapatillas y la familia Dassler se separó tras una discusión que nunca llegó a aclararse. Los dos hermanos dividieron la empresa familiar y cada uno fundó su propia marca en 1948. Uno de ellos, Ruda, quiso mantener las vocales de su nombre y creó Puma-Schuhfabrik Rudolf Dassler. La idea principal era quedarse con el reconocido apellido Dassler, por lo que el logotipo era una D con un puma. El otro hermano, Adi Dassler, se dejó llevar por su nombre e intentó registrar Addas. Sus zapatillas tendrían dos franjas en los laterales para identificarlas, que encajaban perfectamente con las dos letras d. El registro de patentes rechazó la marca Addas y Adi Dassler se vio forzado a cambiar a Adidas. Ahora había 3 franjas verticales.
En la Italia de posguerra nacía Diadora como una marca de material de montaña, donde desarrolló los métodos de producción que a partir de los setenta veríamos en tenis, automovilismo o fútbol. En Estados Unidos, la profesionalización del tenis trajo nuevas marcas como K-Swiss, que crearon algunos clásicos, mientras en la otra punta del espectro deportivo, Vans se convertía en la marca oficiosa del skate.
Otro de los perdedores de la Segunda Guerra Mundial vivía el nacimiento de una marca histórica, Onitsuka Tiger. Fundada por Kihachiro Sakaguchi, que fue adoptado por una familia apellidada Onitsuka, que dio el nombre a la marca. Creía que el deporte era una herramienta perfecta para un Japón en ruinas y descubrió que la juventud comenzaba a aficionarse a nuevos deportes como el baloncesto o el béisbol. Hasta ese momento los deportes tradicionales japoneses se practicaban descalzo, pero la juventud necesitaba zapatillas. Su primer gran diseño fue la OK Basketball, una zapatilla de baloncesto al estilo de la eterna Chuck Taylor pero con una innovación. Mientras comía pulpo, Kihachiro Sakaguchi se preguntaba cómo los tentáculos se mantenían pegados al plato gracias a las ventosas. Una idea que llevó a sus zapatillas de baloncesto para conseguir un agarre perfecto.
A finales de los setenta Onitsuka Tiger se fusionaba con otras pequeñas marcas japonesas para crear una nueva marca, Asics Tiger. El nombre ASICS viene del aforismo de Juvenal Anima Sana In Corpore Sano (un alma sana en un cuerpo sano). Ya era una marca reconocida gracias a modelos como la Mexico 66, que bajo el nombre Limber Up, se convirtió en top de ventas en Estados Unidos. Y lo fue, precisamente, gracias a uno de sus actuales competidores, al que alimentó desde el primero momento.
Phil Knight era un mediocre corredor con muchos problemas para encontrar zapatillas. Su entrenador en la Universidad de Oregón, Bill Bowerman, era un estudioso del calzado. Cuando le propusieron a Knight crear una empresa ficticia como ejercicio de clase, eligió un problema que tenía cerca: las zapatillas. De aquel proyecto de clase surgió una empresa de importación de zapatillas Onitsuka a Estados Unidos. Cuando Knight llegó a Japón para conocer las fábricas Onitsuka, todo lo que tenía era un puñado de contactos. De hecho, cuando le preguntaron el nombre de su empresa se dio cuenta de que ni siquiera tenía nombre y dijo lo primero que le vino a la cabeza: Blue Ribbon Sports, una conocida marca de cervezas estadounidense. Blue Ribbon Sports se dedicó durante años a importar Onitsuka, pero además se sirvió de los conocimientos de Bill Bowerman para rediseñar sus zapatillas y adaptarlas al gusto norteamericano, que comenzaba a aficionarse al jogging, lo que hoy llamamos running. Una de esas zapatillas rediseñadas fue la Cortez.
Knight y Bowerman descubrieron que ellos mismos podían crear su propia marca de zapatillas. El nombre, Nike, llegó en el último momento y parecía obvio tratándose de una marca deportiva. Atenea Niké era el nombre de la diosa griega de la victoria. No, no fueron demasiado originales y eso les ha llevado a numerosos problemas a lo largo de su historia. Pero los problemas llegaban desde su nacimiento. La Cortez era una zapatilla Onitsuka diseñada por Bowerman. ¿Quién podría venderla? Los juzgados llegaron a una decisión: tanto Nike como Onitsuka podían venderla, aunque solo Nike podía mantener el nombre Cortez. Onitsuka la transformó en Corsair.
En los setenta, todo el mundo comenzaba a correr, las zapatillas dejaron de ser un objeto deportivo para convertirse en un artículo de moda. Estaba a punto de producirse la gran explosión de las zapatillas, justo cuando cumplían su primer centenario. Un siglo desde la aparición de las primeras zapatillas vulcanizadas, las sneakers cambiaban materiales, diseños y funcionalidad, pero seguían siendo las zapatillas perfectas para fisgar sin ser escuchados.