Desde que las sneakers tienen nombre y apellido, han dejado de tener lugar de procedencia. Parece una tontería de lo que hablo, pero hace unos años uno de los factores determinantes para la compra de una zapatilla era el sello de calidad que otorgaba el país de donde provenía. Pongamos como ejemplo la marca que ocupa nuestra portada, New Balance, que marca un status con sus zapatillas hechas en Inglaterra y en Estados Unidos. Lo mismo pasa con Diadora, cuya calidad se ve marcada por el sello “Made in Italy”, y así, decenas de marcas punteras en el panorama sneaker.
Pero ahora, ¿Qué está pasando? Cuando digo que las sneakers llevan nombre y apellido es porque Kanye West, Gosha Rubchinsky o Virgil Abloh, han dotado de una calidad distinta a los pares más codiciados hoy en día.
Podría abrir un debate en el que discutiéramos sobre si nos importa más la calidad o el nombre que firma la zapatilla. En mi caso, tengo sentimientos encontrados. En mi colección tengo desde una New Balance 990 Made in USA, que considero una de mis siluetas favoritas, hasta una Nike Air Max 90 x Off White, uno de los modelos que más me ha costado conseguir este año. Hace unos años podría haberme posicionado radicalmente en el lado en pro de la calidad, defendiendo que un “general release” con los mejores materiales podría comerse a cualquier colaboración que se vende en reventa por miles de euros. Quién me ha visto y quién me ve, estoy ahora mismo escribiendo estas palabras mientras actualizo la página web para comprar las últimas Yeezy.
A lo largo de los años he descubierto que, ser una radical del mundo sneaker no me lleva a ningún lado, que me puede gustar cualquier zapatilla venga de donde venga o la firme quien la firme, y que no por tener zapatillas exclusivas en mi colección me voy a convertir en uno de esos “hypebeasts” que tanta pereza me dan. Los años dan la experiencia, y lo que es mucho mejor, te quitan las ganas de debatir.