Hubo una vez en la que todo era sencillo. Allí estaban las zapa- tillas originales, cuidadosamente hechas por las marcas, y las falsas, raras y mal hechas. Las originales se vendían en las tien- das de deporte, las copias en los mercados al aire libre, en los puestos. Hoy la situación es más complicada. El único terreno común con la situación anterior a 2000 es que, en el 2017, las falsi caciones siguen siendo relativamente baratas, mientras que las originales son caras. Dicho esto, todo ha cambiado.
Seamos claros, las copias existieron desde la aparición de la moda y de las marcas, mucho antes que los logotipos comen- zaran a eclipsar los productos después de la Segunda Guerra Mundial. En 1930, Coco Chanel y Madeleine Vionnet (que hasta entonces habían estado peleándose entre sí en el campo de batalla de París) decidieron unir fuerzas para demandar a Su- zanne Laneil, quien había copiado algunas de sus creaciones con el objetivo de venderlas. Pero en el mundo acelerado en el que vivimos hoy, parece que hemos perdido el control sobre la producción de moda falsi cada. La periodista Helena Pike es- cribió sobre ‘la economía imitadora’ en referencia al sistema de la moda en general, preguntándose si la imitación y comerciali- zación de modelos falsi cados es solo un problema que debemos resolver o aliviar, o si se trata también de un combustible capaz de encender (aunque de manera perversa), una sección considerable de la industria de la moda en sí.
Si nos acercamos al ámbito de zapatillas propiamente dicho, el problema se complica aún más. Scott Frederick escribió en Hypebeast, el sitio web más seguido de la cultura de zapatillas (aunque quizás la palabra cultura no suena apropiada en este contexto), que el mundo de las zapatillas puede haber perdido el valor de la autenticidad en los últimos años. Hay muchas ra- zones para esto. En primer lugar, las falsi caciones se han vuelto cada vez más parecidas a los productos originales, incluso los coleccionistas más experimentados tienen di cultades para distinguirlas: algunas cuentas interesantes de Instagram mues- tran una serie de pequeños detalles que diferencian las falsi - caciones de los modelos originales. Pero a pesar de la relación de aumento, todavía es necesario inspeccionar las imágenes con mucho cuidado antes de notar la diferencia. Otra razón por la cual la falsi cación se ha vuelto tan penetrante tiene que ver con la imposibilidad de obtener algunos de los modelos más publicitados, excepto haciendo cola durante 24 horas delante de una tienda (pero nada puede garantizarte el conseguir un par).
O inscribirse en sorteos cuyos procedimientos no son tan trans- parentes, o usar un bot para comprar en línea. Sí, un bot, por- que cualquier software que sea capaz de nalizar en cuestión de segundos y más rápidamente que cualquier comprador hu- mano, está destinado a convertirse en el personaje principal en la escena de Internet. Entonces, los revendedores utilizan tales bots para acumular los modelos más buscados en cuestión de segundos y luego hacerlos reaparecer unos minutos más tar- de en algunas plataformas de reventa por un precio in ado. La frustración producida por un sistema de compra automatizado ha llevado a algunos entusiastas a comprar sus propios bots, mientras que inducen a otros a comprar falsificaciones.
Una tercera razón tiene que ver con el deseo de obtener rápidamente una cantidad de seguidores en las redes sociales. Por ejemplo, en Instagram existe una gran cantidad de per les de personas desconocidas que publican imágenes mostrando que obtuvieron algunos modelos inalcanzables (y tal vez no originales, cosa difícil de ver en una imagen). Así reúnen miles de seguidores en pocos días. Y dado que sus seguidores son su público, estas incógnitas pueden decidir convertirse en per- sonas in uyentes, subsidiadas por las mismas marcas a las que habían comprado modelos falsos en primer lugar.
De acuerdo con algunos estudios, además, los llamados “millennials” son consumidores que buscan una gratificación instantánea y además muestran impaciencia hacia las restricciones impuestas por las ediciones limitadas y los altos precios. Las falsi caciones, de hecho, son bastante baratas y de fácil acceso, al alcance de un clic.
Hay que tener en cuenta, como último punto, que el proceso de deslocalización promovido por los gigantes del mundo de las zapatillas durante los últimos treinta años reubicó el 90 por ciento de la producción en países donde los controles sobre las empresas son casi inexistentes, y la cultura del copyright es, en el mejor de los casos, un sueño. Consecuencia de ello, el fenó- meno de las falsi caciones llega al mercado junto con los pro- ductos originales, incluso hasta el punto de ampliar las líneas de productos de las grandes marcas. Recientemente vimos en la web algunas imágenes de una tienda “Yeezy” en la ciudad de Wenzhou, al este de China, y por supuesto, la tienda en sí misma es una falsi cación de la red troncal: desde el letrero de neón a las docenas de aparatos que venden, no sin mencionar los zapatos. Cerca de la tienda parece que hay otro comercio llamado “New Bunren” cuyo logo es una gran N blanca. Bueno, al menos modificaron ligeramente el nombre...
Entonces ¿a dónde vamos? Estamos en un punto muerto, por el momento. La guerra contra las falsi caciones acaba de co- menzar. Pero lo inquietante es que tanto los consumidores como las grandes marcas no parecen muy comprometidos ni dispuestos a ganarla.